viernes, 31 de enero de 2014

Pilules Bleues, amor en tiempos del SIDA

El año 2001 Frederik Peeters llamó definitivamente la atención del mundo del cómic con una historia autobiográfica de casi 200 páginas en la que aborda temas tan ligeritos como el SIDA, el amor, el sentido de la vida o la composición de las nuevas familias.

Y además lo hace con una narración amable, un dibujo preciso y agradable, y la indiscutible superioridad moral de poder hablar con total libertad al haber vivido la historia en propia carne, lo que le permite huir del dramatismo culpable y adentrarse en el género humorístico.


En Pilules Bleues (Píldoras Azules) Peeters cuenta como conoció a Cati, cómo llegaron a hacerse pareja, y de cómo esa pareja sentimental llegó a convertirse en una familia. Dicho así puede no parecer un relato especialmente original, pero si cualquier relación puede tener sus dificultades, cuando le añadimos un niño de una relación anterior y el VIH, convendrán conmigo que uno puede llegar a plantearse muy seriamente hasta qué punto los beneficios de la relación de pareja compensan a los inconvenientes.
A efectos prácticos la historia empieza en la juventud de sus protagonistas, cuando se conocen en una fiesta de piscina en una casa junto a un lago, en el curso de unas vacaciones de verano. La alegría jovial de Cati no pasará desapercibida a un Frederik aún tímido e inseguro, que apenas acierta a presentarse.

Solo hasta varios años más tarde, y tras un par de breves encuentros, se establecerá la relación. Pero ahora Cati tiene un vivaz niño de tres años, y ambos tienen que convivir con algo mucho más amenazador: el VIH.

Así, siempre con un punto de vista de primera persona, Pilules Bleues aborda las complejidades de la relación de pareja, la convivencia con el virus, y el cómo las nuevas familias deben acomodar y hacer sitio a sus nuevos miembros. Frederik deberá afrontar el miedo al contagio, así como la preocupación por que Cati o el niño desarrollen la enfermedad, a la vez que va profundizando en la relación.
 El dibujo es más bien caricaturesco, y consigue dotar de humanidad a los personajes y quita algo de dramatismo a unas situaciones que invitan a la lágrima, y a la angustia por las injusticias de la vida.



Narrado  con franqueza, de forma adulta y profundizando en todos sus temas, resulta una lectura melancólicamente agradable, muy recomendable.

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