El debut en el cine de animación del realizador francés Patrice Leconte (Le mari de la coiffeuse, Tango, La Fille sur le Pont), es una historia extravagante que combina el musical, el humor negro y cierta moraleja de las películas infantiles.
En una ciudad moderna, fuertemente golpeada por una terrible crisis, las personas deambulan por las calles con la mirada vacía y el rostro gris. Pero ¿he dicho crisis? ¡No para todo el mundo! En la Maison Tuvache, Le Magasin des Suicides (La Tienda de los Suicidas) el negocio va viento en popa. En Le Magasin... se puede encontrar todo lo necesario para salir de este valle de lágrimas: gruesas cuerdas de esparto natural para abrigar el cuello con los mejores lazos correderos, más de 300 venenos con los más variados efectos, pistolas y revólveres y munición de todos los calibres, espadas y catanas; para la muerte dulce o violenta, rápida o lenta. En Le Magasin des Suicides, donde se puede encontrar la solución a todos los problemas y para todos los bolsillos, el cliente satisfecho es el que no vuelve jamás.
La tiendecita es más que un simple negocio; en la mejor tradición de negocios familiares, para los Tuvache, familia conformada por el matrimonio y sus dos hijos, es una auténtica forma de vida.
Pero con el nacimiento de un tercer vástago sucede algo inesperado y que, a la postre, resultará un auténtico dolor de cabeza para los sus progenitores: ¡el niño sonríe! ¡Peor! ¡Se ríe! ¡Increíble! ¡Inconcebible! Jamás los labios de un Tuvache se han curvado más allá de la horizontal, excepto tras una buena venta. Los Tuvache son conocidos por su mirada triste, ojerosa, deprimida y deprimente, que ayuda a los clientes a decidirse a comprar.
Cuando el pequeño Alan se convierte en un jovial adolescente, decidirá intentar cambiar no solo la vida de su familia sino también, con la ayuda de sus amigos, el espíritu de la ciudad entera.
En resumen, Le Magasin des Suicides es una película musical de animación, diferente y con mucho humor negro, que solo en su tramo final pierde originalidad, al deslizarse por derroteros más previsibles. Y los números musicales están bastante bien, por cierto; especialmente las letras, que contienen dardos envenenados directos al corazón.
En todo caso es una buena propuesta para pasar una hora y media entretenida.
No recomendable para niños, claro está.
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