El
pasado martes vimos en Sitges 3 películas con dificultad creciente, se
podría decir. La primera se la voy a ahorrar, porque me pareció más bien
aburrida y, francamente, no me apetece escribir sobre ella.
Las
otras dos fueron en primer lugar A Field in England, del director Ben Wheatley,
responsable de The Kill List y Sightseers. Si eso les vale como aval para
despertar su interés, olvídense: A Field in England no tiene nada que ver con
ellas. Lo cual no significa que no sea interesante.
Y
por último les hablaré de L’Étrange Couleur des Larmes de Ton Corps, película
para la que, francamente, no estaba preparado; no tengo referentes para valorar este tipo de película con un mínimo de objetividad. El cartel es bonito de verdad,
eso sí.
A Field in England está rodada en blanco y negro. Y eso solo ya es suficiente para que el espectador medio esté sobre aviso de que esta no es una propuesta comercial. Que vale que el que una peli sea en B/N no implica nada, igual que el 3D no hace buena una peli mala, pero ustedes ya me entienden. Después, en el primer fotograma, se avisa a los espectadores de que incluye flashes e imágenes con efecto estroboscópico. Miau.
Y
sí: A Field in England es una película extraña. Rara. El hilo narrativo es
endeble. No da muchas respuestas. Uno tiene que imaginarse por qué pasa lo que pasa. Se
hacen cosas raras con la cámara, y con el montaje. Y con el sonido. Vale.
Así
que dicho esto, me quito las gafas de pasta, y les cuento un poco el argumento
(que lo hay).
La
acción se sitúa en la campiña inglesa, durante la primera guerra civil que enfrentó a los partidarios de Carlos I con los de Oliver Cromwell (de 1642 a
1645), cuando un sabio astrólogo – alquimista en una misión de búsqueda de no
se sabe muy bien qué, y en la que está fracasando hasta el punto de que su jefe
le quiere cortar el cuello, se encuentra de repente al otro lado de las líneas
enemigas. Allí se topa con tres soldados que deciden que están hartos de
recibir bombazos, y que se van a la taberna a tomar una cerveza. Con bastantes
reticencias el astrólogo – alquimista se une a ellos en su recorrido a través
del campo.
Pronto
empiezan a pasar cosas raras y esotéricas, y se encuentran con el diablo o algo
parecido, y pasan cosas terroríficas, y… y miren: no sé. Hay que verla. No sé
si la entenderán. A lo mejor les gusta. A lo mejor no. Vean por ahí si
encuentran otras sinopsis que les cuenten más, pero ya les digo: no va de la
historia. Va de una muy buena fotografía, de sensaciones, de una ambientación y
vestuario austeros pero perfectos, absolutamente plausible. Y es cine
fantástico, sin ninguna duda. Y cine histórico. Y cine esencial.
Y
tanto compré la moto, que hasta me cuesta imaginar la peli en color.
Pero
eso sí: véanla en pantalla grande.
L’Étrange
Couleur des Larmes de Ton Corps
Y
si A Field in England es rara, esto ya no sé lo que es. Esto es pasarse. Esta
peli se sale. La montura de mis gafas no es lo bastante gruesa; la pasta se ha
derretido y los cristales se han roto.
Vamos,
que esto ya no me lo he tragado. Se me ha atragantado, y nadie me ha hecho la
maniobra de Heimlich, así que ha sido bastante doloroso.
Supuestamente,
si leen ustedes la sinopsis en alguna parte (por ejemplo, en la misma página
del festival de Sitges), sería una especie de thriller, o historia de
detectives, pero ya les digo de entrada que no.
La
cosa empieza más o menos bien, cuando el protagonista vuelve de viaje, y cuando
llega a casa se encuentra que la cadenita de la puerta del piso está puesta…
pero su mujer no está. Nadie. Ninguna nota, ni ningún signo de violencia.
Ninguna pista. Tan solo los mensajes en el contestador, que él mismo ha dejado,
aún por oír. Llama a los vecinos para ver si saben algo de ella, y una de las
vecinas le dice que su marido también desapareció, y le cuenta la extraña
historia de las circunstancias en que eso sucedió.
Hasta
aquí el montaje y la ambientación ya eran bastante chocantes, pero en adelante
la cosa se desmadra, y se convierte en un festival de imágenes y sonidos.
Superprimeros
planos de un ojo, una ceja, con enorme detalle. La piel de una mano a toda
pantalla, con un detalle absoluto en que se pueden apreciar los poros y contar
los pelos. Colores. Una mujer chilla.
¡AAAAAAH! Sicodelia. LSD. Soy el detective, usted llamó. ¿Eh? Llaman a la
puerta. Soy yo. Amparo, pozí. Música. Una puerta se abre a un universo de luz. Una
voz susurra “Laura”. Una gota de sangre se desliza por la mejilla. El volumen de los altavoces resuena en el estómago del espectador. Un cuchillo. Un ojo. Velo rojo.
The
horror.
The
horror.
Bueno,
se hacen ustedes a la idea, ¿no?
Lo
que sí me quedo con ganas de saber es en dónde se rodó, dado que la acción se
desarrolla en un edificio modernista art déco con preciosos vitrales, una
fastuosa chimenea de piedra esculpida con formas orgánicas, paredes pintadas
con motivos de colores pastel, decoración que recuerda el estilo Mucha… Todo
muy bonito, tan precioso como el cartel de la peli.
Pero
vamos, que esta encerrona me ha pasado por idiota; por no informarme. Porque a
poco que me hubiera preocupado, habría descubierto que los directores son los
mismos que los de Amer, con la que
ya me topé en su día en el festival de 2010, y me salí a los 20 minutos. En
esta ocasión he aguantado hasta el final. Vamos mejorando, pero sigo sin estar
al nivel suficiente para apreciar el arte de esta pareja de directores.
Así
que si les va el tema, ya lo saben.
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